Ya no viviríamos más en Buenos Aires, aquella ciudad en la que crecimos, rodeados de amigos y familiares, aquella ciudad que nos vio nacer y en la que dejaríamos tantos recuerdos.
La tristeza nos invadía; aquello era como llevar a cuestas una gran mochila, que nos resistíamos a cargar, pues hubiera sido más fácil no haber partido; sin embargo ninguno imaginaba ni remotamente las grandes cosas que nos esperaban.
Recuerdo aquel día como si hubiese sido ayer, recuerdo los rostros angustiados, las caras largas y las lágrimas derramadas después de una despedida que parecía no tener fin.
Pero el tiempo transcurría, y las agujas del reloj marcaban la llegada del micro que nos conduciría hacia un nuevo destino, un lugar desconocido, tierra lejana y de paisajes que solo habíamos visto por fotografías.
Mi mamá no dejaba de llorar...sus ojos estaban enrojecidos e hinchados.
Mi papá callaba, pero yo sabía que a él también le dolía tener que llevarnos a todos tan lejos.
Yo sin embargo no podía derramar una sola lágrima...¿Qué me sucedía? ¿Acaso no reaccionaba?
Tal vez muchos se lo preguntaban cuando en medio de la lluvia de abrazos, tíos, abuelos, primos y demás parientes nos oprimían como no queriéndonos dejar ir.
Tal vez lo tomé de manera natural. Tal vez lo presentía desde tiempo atrás.
En el colegio unos pocos me creyeron cuando les comentaba que me iría, pero aún así, cada uno dejó autografiada una firma junto a una dedicatoria en un guardapolvo viejo, el que guardé durante mucho tiempo como un tesoro.
Cuando estuvimos arriba del micro supe que ya no había vuelta atrás.
Estaba escrito, si...era el destino...
Mi mamá que seguía llorando no pudo probar ni tan solo un bocado de lo que nos sirvieron de cena, y aquello estaba tan delicioso, supongo que comer era una forma de llenar un vacío, tampoco lo sé, pero recuerdo que comí sin demostrar ninguna señal de no querer hacerlo, o de imponer una excusa.
Entonces me dormí...
Cuando desperté mis ojos se quedaron maravillados, supe que ya estábamos cerca.
Por la ventanilla se divisaban las sierras, imponentes murallas naturales que dejaban al descubierto exuberante vegetación, simulando una alfombra de terciopelo. Aquello no cabía en el lente de mis ojos, por un momento me sentí pequeña frente a tanta grandeza, y me dije: "Dios realmente creó todo ésto, la naturaleza se dejó moldear por sus manos a través de millones y millones de años, para que tuviéramos la dicha de poder contemplarla algún día"
Por la ventanilla se divisaban las sierras, imponentes murallas naturales que dejaban al descubierto exuberante vegetación, simulando una alfombra de terciopelo. Aquello no cabía en el lente de mis ojos, por un momento me sentí pequeña frente a tanta grandeza, y me dije: "Dios realmente creó todo ésto, la naturaleza se dejó moldear por sus manos a través de millones y millones de años, para que tuviéramos la dicha de poder contemplarla algún día"
Los colores, texturas y aromas impregnaban los sentidos, en aquel entonces los micros aún tenían ventanillas que se podían abrir, era asomar el rostro y sentir un aire renovado y puro.
Desde entonces tuve que aceptar mi limitada capacidad para imaginar aquello, la realidad simplemente me había superado.
Ya no estábamos en Buenos Aires.
Una vida nueva comenzaba.
Días después recuerdo que lloré todo lo que debí llorar antes de partir, pero fue la última vez que lloré.
Claro que lloré por mal de amores, desdichas y algunas decepciones, pero no volví a llorar por aquella partida, que nos cambió la vida radicalmente a todos, a quienes partimos, y a quienes se quedaron, porque la vida es así, no podemos hacer algo o tomar alguna decisión sin que afecte a los demás. Eso es imposible.
Nuestras decisiones siempre terminan por afectar lo ajeno y lo nuestro.
Supongo que todo tenía un propósito.
Hoy no dejo de enamorarme de esta bella provincia.
He conocido otros lugares igualmente bellos, pero siempre con la nostalgia de regresar a esta tierra de esperanza.
De todas formas tengo una parte del corazón en mi Buenos Aires, allí nací, allí crecí, allí vivencié la más feliz infancia, conocí gente hermosa, me aferré a ángeles terrenales que me dieron su cobijo y su amor.
Más la vida continúa, y aunque caigamos en la vaga melancolía no podemos dejar de mirar hacia adelante, con la fe inquebrantable de aguardar a que la vida nos siga sorprendiendo.
LES COMPARTO ALGUNAS FOTOS TOMADAS POR MÍ.
ESPERO LES GUSTE
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