viernes, 13 de junio de 2014

UNA HISTORIA DE AMOR Y ESPERANZA QUE QUIERO COMPARTIR...

 

Estoy embarazada por tercera vez (ya
podrán comprender porque lo expreso de este modo), y me siento feliz, muy
feliz.  Bendecida porque Dios me regala
una nueva oportunidad para traer al mundo a un ser vivo.

La sensación a menudo es indescriptible.
Como mujer podría expresar muchas cosas que estoy sintiendo, pero lo que
verdaderamente siente mi corazón y mi alma va más allá de lo que cualquiera a
simple vista podría imaginar.

Cuando quedé embarazada por primera vez,
recuerdo que me llené de euforia, al visualizar las dos rayitas bien marcadas
en mi test de embarazo, no cabía en sí de tanta alegría. Y también recuerdo que
ese mismo día compartí la noticia con todo aquel que se me cruzara. En ese
momento no había miedos, no había incertidumbres, no existía nada que me
pudiera sacar de ese estado de dicha. El primero en saberlo, por supuesto, fue
mi marido, el cual se puso feliz con la noticia, porque nuestra primera hija
fue fruto de nuestro amor, el cual planeamos para comenzar a formar una
familia.

Fuimos conscientes desde entonces que ya
no estaríamos solos, que habría alguien más que compartiría con nosotros la
vida misma.

Y así pasaron 9 meses y Priscila llegó
al mundo una mañana de octubre para colmar de alegría nuestro hogar. Y es que
las cosas no estaban bien, mi papá ese mismo año enfermó de cáncer y en tan
solo unos meses falleció, sin poder conocer a su nieta. Por eso Priscila llegó
en un momento tan especial. Dios ya tenía en sus planes su llegada y nada de lo
que aconteció desde entonces fue en vano.

Con el paso del tiempo, Priscila creció,
fuerte y saludable, y aunque la paternidad nos sentó bien en muchos aspectos,
también asumimos que ser padres no era una tarea sencilla. Fue por esa razón,
manifiesta o no, que decidimos no buscar más hijos. Yo misma me había abocado a
la idea de que Priscila terminaría siendo hija única y nada me podía sacar de
esa posición. Incluso cuando supe que mi mejor amiga había quedado embarazada
por segunda vez, no sentí el deseo de cambiar de opinión.

Muchos me preguntaban cuando le daríamos
un hermano a Priscila. Yo sencillamente no respondía o evadía la pregunta.
Diego, más diplomático, decía que aún no, que más adelante. Gente muy allegada
a mí me explicaban que no era bueno que los niños crecieran sin hermanos. A mí  eso no me inmutaba, porque no sería la primera
ni la última mujer que tendría un solo hijo, razón por la cual dejaron de
preguntar, aunque de vez en cuando surgía la conversación.

Así pasaron los años. Priscila era la
malcriada de todos, nieta única por parte de abuela materna y por parte de
abuelos paternos. Todas las expectativas eran volcadas en ellas. Y es que
Priscila es una niña que sabe ganarse el corazón de todos. Sé que no es
perfecta, porque también tiene su carácter y temperamento, pero la relación que
he tenido con ella desde el primer momento que la tuve en mis brazos es
especial, y siempre lo será. Mimosa de su papá que la adora con el alma, entre
besos y abrazos fue criándose, hasta ser lo que es hoy, con seis años ya
cumplidos.

Hasta aquí todo fue bien, de vez en
cuando Priscila preguntaba, como todo niño, si iba a tener un hermanito, a lo
cual le respondíamos que por el momento no, que tal vez más adelante. Tuve en
este aspecto que cambiar mis respuestas radicales, porque se trataba de mi hija
y no estaba bien que le rompiera el corazón diciéndole que no, que eso no
sucedería. A lo mejor con el tiempo se olvidara del asunto y dejara de
cuestionárselo.

Mientras tanto en mi interior pasaban
cosas y surgían preguntas. Trataba de imaginarme como sería ser madre otra vez
y entonces supe que algo había cambiado, porque de alguna forma el deseo se
gestó en mí nuevamente, no sucediendo con Diego, mi marido, que aún estaba en
su vieja posición. El me decía que debíamos esperar, que no era el momento, al
punto que cuando surgía la conversación era siempre el mismo repertorio:
“esperemos un poco más” y yo condicionada muchas veces por las circunstancias
lo aceptaba, ya que después de todo traer otro niño al mundo era toda una
responsabilidad.

Siempre fuimos muy cuidadosos en ese
aspecto, yo quedaría embarazada solo cuando los dos aceptáramos que era el
momento, ni antes ni después. Sin embargo, cierto día nuestros planes se vieron
afectados, y una mañana en que no me sentía muy bien comencé a sospechar algo
raro. Yo le comentaba a mi marido lo que me sucedía, que algo en mí era diferente
e, pero el simplemente me miraba y decía que era solo mi imaginación, que me
quedara tranquila, que nada raro sucedería, ¿para qué preocuparse? Y lo dejé
pasar.

Cuando llegó la fecha en que me tenía
que venir el periodo, no sucedió…dejé pasar unos días más, pero nada.
Finalmente pasé por una farmacia y compre un tes de embarazo, de los más caros,
de esos que te dan un resultado incluso 4 días antes de la fecha estimada. Ese
día almorzábamos en lo de mi suegra, porque Priscila tenía clases de danza por
la tarde.

Recuerdo que llegué y fui al baño. Me lo
hice en ese momento porque sabía que no aguantaría la incertidumbre hasta el
día siguiente. Y después de 3 minutos supe el resultado: POSITIVO.

¡¡No lo podía creer!! ¿Cómo había
sucedido? Si después de todo habíamos tomado precauciones. Era algo increíble,
al punto que cuando se lo conté a Diego se puso pálido como un papel. Pero la
realidad no iba a cambiar, debíamos asumirlo y ya.

Decidimos no contarlo a la brevedad,
porque no sabíamos como lo tomaría la familia. Creo que en el fondo temíamos
ser tratados de irresponsables o algo por el estilo. Pero el secreto no pudo
ser guardado por mucho tiempo, porque cierto día se me escapó un comentario
delante de Priscila y ella abrió los ojos tan grandes que no pude más que
decirle la verdad, que por fin tendría un hermanito.

Sus ojos llenos de felicidad continuaron
observándome, en ese instante ya no estaba preocupada y al verla feliz a
Priscila yo también me llené de felicidad.

Le pedimos a nuestra hija que no
comentara nada, sin embargo uno nunca debe fiarse de ello. Porque días después
le contó la noticia a mi suegra, quien para nuestra sorpresa se puso contenta.

No era un embarazo planeado, pero a las
semanas ya lo habíamos asumido y las conversaciones ahora giraban en torno a
ese pedacito de ser que vendría al mundo en tan solo 9 meses.

Pasó una semana y Diego cayó enfermo de
bronquitis. Estaba tan mal que tuvo que faltar a su trabajo y quedarse en cama.
Mi cuñada se encargo de que le hicieran algunos estudios en el hospital y le
dieron licencia por una semana.

La cuestión es que a los días yo también
comencé a sentirme mal y a tener fiebre, esta fue en aumento y sabiendo que
estaba embarazada no podía tomar ningún medicamento. Así que tuve que descansar
y guardar cama.

Diego ya se había recuperado, por lo
cual se encargó de mí y de Priscila. Yo cada día me sentía peor. Tenía fuertes
dolores de cabeza y fiebre muy alta. Era difícil bajarla. Recuerdo que Diego me
ponía paños fríos por todo el cuerpo y temblaba de escalofríos. Fue horrible,
me sentía totalmente decaída y sin fuerzas. No tenía apetito ni tampoco podía
tragar por el dolor de garganta.

Todo esto me hacía pensar en mi
embarazo. Por momentos tenía mucho miedo, porque también sentía dolores en el
bajo vientre y no sabía si eso era normal o no.

Le rogaba a Dios que todo saliera bien.
Por las mañanas, con las pocas fuerzas con que despertaba le cantaba al Señor y
le agradecía por un nuevo día. Pero continuaba sintiéndome mal.

Me llevaron a la clínica en la que me
dijeron que debía continuar con reposo y eso fue todo.

Finalmente la fiebre cesó y pude levantarme.
De a poco fui volviendo a la normalidad y a mi rutina.

Pensaba que lo peor había pasado. Pero
no fue así…

Una noche comencé a sentir fuertes
dolores en los ovarios, como contracciones. Tuve que recostarme para que se
aliviara.

Cada vez que iba al baño iba con miedo,
por las tantas historias que había escuchado sobre abortos y pérdidas de embarazo.
Temía un día encontrarme en la misma situación. Y yo no sé si fue ese mismo
temor el que me llevó a experimentar una de mis peores pesadillas.

Una mañana desperté con fuertes deseos
de ir al baño. Fue entonces que comencé a tener pérdidas. Nunca lo olvidaré, en
ese instante mi corazón se aceleró y solo pude volver a la cama para contarle a
mi marido lo que estaba sucediendo. El me abrazó con fuerzas e intentó
tranquilizarme, pero yo tenía miedo, mucho miedo y espanto.

Esa misma mañana fuimos a ver a mi
doctor, pero desafortunadamente estaba de viaje. Me derivaron con otra doctora
y de allí me mandaron hacer una ecografía de urgencias.

Sabía que aquello era determinante,
estaba de 8 semanas de embarazo y al realizarme esa ecografía debía de verse el
embrión.

Cuando me llamaron para hacérmela, me
recosté, me pusieron gel frío en el abdomen y comenzó la sesión.

Yo miraba fijo la pantalla, ansiaba ver
a mi bebé…

La doctora me indicó amablemente la presencia
y posición del saco gestacional. Luego comenzó a buscar el embrión, pero no
podía hallarlo. “No puedo visualizar el embrión” me dijo en tono bajo.

¿A qué se debe? Pregunté.

-Tal vez estés de menos semanas y sea
muy pequeño aún para que lo podamos ver- respondió en forma alentadora.

Pero yo en el fondo sabía que no podía
estar de menos semanas. Entonces me dijeron que debía repetir la ecografía en
unos días.

Yo salí llorando del consultorio.
Buscaba a Diego, no lo veía por ningún lado, hasta que lo hallé en uno de los
pasillos. Nos abrazamos fuertemente y yo con la angustia a flor de piel no
podía tranquilizar a mi alma.

Llamó mi mamá y vino corriendo hacia
donde estaba. Llamó también mi mejor amiga, quien nunca dejó de darme
esperanzas.

Recuerdo que me incorporé, sé que mis
lágrimas y comencé a decirme a mi misma de que todo estaría bien, que guardando
reposo la situación terminaría por ser una falsa alarma. Y así nos fuimos a
casa.

Al
día siguiente, era sábado, comenzó a suceder lo inevitable, estaba
perdiendo mi embarazo y ya no cabía ninguna duda. La doctora que me estaba
atendiendo me dijo que me internaran para hacerme un legrado y así fue. Esa
tarde me llevaron a la clínica, me hicieron la última ecografía que ya indicaba
que el saco estaba colapsado; se pudo visualizar el embrión pero el mismo ya no
presentaba latidos cardiacos y me dieron el diagnóstico, el que yo no quería
escuchar.

Me llevaron a la sala de cirugías y a
partir de ahí no recuerdo más nada; solo que desperté a la madrugada ya en la
habitación de la clínica con un suero en el brazo.

En ese momento todo era tinieblas. Me
sentí vacía…y aunque dolor físico no experimenté, si llevaba por dentro un
dolor en el corazón que no podía evitar.

¿Qué había sucedido? ¿Por qué perdí a mi
bebé?

No podía dejar de hacerme estas dos
preguntas una y otra vez.

Lo más difícil fue volver a casa y
encontrarme con mi hija. Sabía que en algún momento ella preguntaría y yo debía
responderle con sinceridad. Y así sucedió, una tarde en que estaba en mi cama, ella se acercó a mí, me miró fijo a los ojos y me preguntó:
-Mamá...¿le pasó algo al hermanito? ¿Es por eso que estabas con el médico todos estos días?-
Yo la miré, queriendo contener el llanto, pero era tan fuerte que las lágrimas comenzaron a salir a mares!!!!!!
-Así es mi amor, tu hermanito ya no está más en mi panza...ahora esta con Dios en el cielo...-
Ella hizo silencio, volvió a mirarme y también lloró...
-¿Entonces ya no voy a tener un hermanito?-
-Por el momento no mi amor, hay que esperar mi cielo, hay que esperary tener paciencia...-
Y entonces el llanto se hizo aún más fuerte, y recuerdo que lloré y lloré y no podía parar de llorar, entonces Priscila se acercó a mi y me abrazó fuerte, muy fuerte y con uno de us puños comenzó a secar mis lágrimas...
-No llores mamá, ya vamos a tener otro hermanito, no llores...
Me di cuenta que mi propia hija estaba siendo guiada por el amor de Dios para darme el consuelo que necesitaba en ese momento, que regalo tan grande tenía a mi lado, mi hija del alma!!!!!

Diego cuando estaba conmigo también me miraba, yo lo miraba a él,
muchas veces conteniendo las lágrimas. Debo admitir que me aislé en mi dolor,
muy pocas personas supieron realmente como me sentía, si bien todos se habían
enterado de la noticia, pero yo solo me desahogaba con ciertas personas.

En estos casos la mayoría te dice que
debes seguir adelante, que la vida continúa, que eres joven y que ya tendrás
oportunidad de tener otros hijos. Pero no es tan sencillo para quien lo
experimenta, hay que vivirlo en carne propia, hay que sentirlo en las propias
entrañas.

Qué fácil es decir: ¡pero si apenas era
un embrión pequeñito! Si, si, era un embrión, pero ese embrión era mi bebé, mi
hijo, no importa su tamaño, ya es parte de una.

Llegó un momento en que todo a mi
alrededor volvió a la normalidad,  yo
veía a mi esposo y a mi hija que se dedicaban a su rutina, pero yo no podía
salir del estado de depresión en el que me encontraba. Si bien jamás culpé a mi
marido por lo que pasó, si lo culpaba por falta de sensibilidad, porque él me
decía que tenía que dejar de llorar, y yo no podía…Hasta llegué a pensar que
todo lo sucedido era un castigo, por lo que un día habíamos planeado no tener
más hijos, era una carga insoportable, porque te pones a pensar en muchas cosas
al mismo tiempo con tal de hallar una razón al infortunio.

Tuve en ese momento una única
salida…Dios. Sí, puedo decir que gracias a Dios pude salir y seguir adelante.
Comencé a llenarme de Él, a darle las gracias por todo lo que tenía en la vida,
a ir a la iglesia y desarrollar una visión diferente acerca de las
circunstancias. Solo en ese momento Dios me dio la sabiduría y el entendimiento
para comprender que las cosas suceden por alguna razón o propósito. Que muchas
veces queremos que las cosas salgan de determinado modo,  cuando debemos respetar la voluntad del
Señor, por más dolorosa que sea, que si nos presenta una prueba es para
recompensarnos luego con una lluvia de bendiciones.

Tuve por certeza que el bebé que perdí
era un varón, por eso lo llamé “Ángel Emanuel”

El fue el segundo hijo al que no llegué
a conocer ni sentir en mis brazos, pero estoy segura que en este momento es un
Ángel del Señor, que cuida de nosotros, con su pureza e inocencia.

Tiempo después ya me sentía mejor, me
uní más a mi marido y juntos decidimos salir adelante. Entendí también que los
hombres expresan su dolor de diferente modo, que si bien no lloran por los
rincones, si pueden sentir angustia por el dolor de una y hasta llegan a sentir
impotencia por no saber cómo ayudarnos. Una los trata de insensibles, pero
simplemente enfrentan el dolor desde otra perspectiva.

Una vez Diego me dijo, que si el lloraba
conmigo no tendría fuerzas para sujetarme en mi dolor, que él se veía en el
deber de sostenerme, pero no por ello dejaba de sentir tristeza.

A partir de entonces las cosas
comenzaron a cambiar. Yo empecé a cuidarme y a dedicarme de lleno a mi hija, a
mi esposo y a mí misma. Tuve que realizarme varios estudios de rutina post
legrado para saber si mi cuerpo se estaba recuperando adecuadamente.

Mi doctor me explicaba que estás cosas
sucedían, que la naturaleza es sabia y que tal vez ese bebé no debía venir al
mundo. Que debía esperar al menos 3 meses para volver a quedar embarazada y que
confiara en que todo saldría bien.

Yo quería ser madre, el deseo se instaló
esta vez muy profundo en mí. Comencé a pedirle a Dios un milagro y después de
seguir al pie de la letra las instrucciones de mi doctor decidimos buscar otro
bebé. Habían pasado casi seis meses desde mi pérdida, pero yo ya no sentía
miedo, algo me decía que esta vez saldría todo perfecto.

Y así quedé embarazada por tercera vez. Ahora saben por qué me exprese de este modo al principio de la nota. Si alguien me preguntara cuantos hijos tengo, diría que tres...una esta conmigo a mi lado, su nombre es Priscila; otra esta creciendo en mi vientre esperando conocerla, su nombre es Celeste y otro esta en en el cielo, con Dios, su nombre simplemente es Ángel.
Pero que felicidad sentí cuando supe nuevamente la noticia, aunque Diego me
prohibió contarle nada a nadie, hasta que pasaran los 3 meses, pero yo no le
hice caso, porque se lo conté a mis mejores amigas, las que nunca me abandonaron.

Los primeros meses estuvieron llenos de
expectativas. Contaba los días en el calendario para que llegaran los 3 meses
reglamentarios.

La primera vez que vi a mi bebé fue a
través de una ecografía a las 6 semanas. ¡Estábamos súper nerviosos! Pero allí
apareció el regalito, un pequeño embrión que ya tenía latidos vitales.¡¡¡¡ Qué
feliz que me puse!!!!!  Supe desde entonces
que todo sería para bendición.

Y así se repitieron otras ecografías,
hasta que nos dijeron que sería una niña. Yo sentía en mi corazón que Priscila
tendría una hermanita, aunque Diego decía que sería un varón, pero yo incluso
lo había soñado, una madrugada en que la tenía en mis brazos.

Hoy estoy aquí en la dulce espera, ya
con 7 meses de embarazo, y deseando que estos 2 meses que quedan pasen rápido
para conocer a Celeste, así se llama nuestro pequeño y gran milagro.

Ahora entiendo lo que Dios tenía
reservado para nuestras vidas. A veces es necesario pasar por tormentas
eléctricas para luego divisar el arcoíris, en todo su esplendor, de punta a
punta.

Me siento muy agradecida. Sé que la vida
no es perfecta en muchísimos aspectos, pero debemos ser capaces de ver la luz
aunque transitemos en oscuridad, siempre existe el resplandor que nos da
esperanzas, que nos llena de amor y de fe, la fe de creer en lo imposible, la
fe que nos hace recordar que todos los días Dios está a nuestro lado,
tomándonos de la mano, enjugando nuestro llanto en momentos difíciles  y acompañándonos en momentos de dicha, pero
nunca deja de estar allí. Nuestros ojos no lo ven, pero puede sentirlo nuestro
corazón.

Las personas también son guiadas por el
amor de Dios, son esas personas que aparecen en el momento indicado y a la hora
indicada, con su palabra de aliento y de fe. Gracias doy también a Dios por
ponerlas en mi camino. Sin ellas uno puede llegar a sentirse en la deriva, pero
con ellas a tu lado todo es más fácil y llevadero, hasta el dolor más profundo.

Hoy
puedo sonreír, ayer tuve que llorar. Como dije en uno de mis poemas, “La
vida tiene sus momentos, momentos para todo que debemos respetar”

Muchas gracias te doy por tomarte un
tiempo para leer mi historia. Toda mujer tiene su propia historia, momentos que han sido claves para sus vidas, algunos de felicidad, otros de tristeza, pero cada uno de ellos determinantes para ser la persona en la que cada una se ha convertido.
Gracias!

Daniela




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